12 febrero 2010

Estamos en 2010 y tengo un asteroide propio

Tengo tres perros, un gato, seis cactus, cuatro plantas de interior (las del exterior murieron de frío) y a diferencia de la mayor parte del resto de mortales también tengo ¡un asteroide! ¿No soy afortunadísima? Me acabo de enterar de que mi patrimonio es más grande de lo que imaginaba y todo gracias a la generosidad de dos personas que nunca conoceré. La primera, a la que le debía gustar tanto como a mi dialogar con las estrellas y dejar volar su imaginación por inexploradas galaxias, era Johann Palisa. El 3 de septiembre de 1885 este astrónomo austríaco, que estaba haciendo el tonto por su observatorio de Viena –igual que yo ahora frente al ordenador–, como en lugar de techo tenía una cúpula, en vez de quedarse colgado del blanco nada de allí arriba, por puro aburriemiento se enganchó al agujerito de su telescopio y ¡Cáspita! Descubrió el planetoide número 250, situado en el Cinturón de Asteroides de por ahí. En esa época una noticia tan trascendente se publicaría en los tabloides austríacos (para que USA no reclamara que ellos lo habían visto primero) dejando a todos con la boca abierta y a los Apfelstrudels sin morder. Uno de aquellos lectores sería el mismísimo Albert Salomon von Rothschild, otro pobre banquero trillonario de la saga familiar salpicada de suicidas, demencias varias y otras hierbitas venenosas. Pues Albertito siguiendo el rígido precepto de “todo por la pasta” y ¡Viva la endogamia! se había casado en 1876 con una prima lejana, mi tocaya: la baronesa Bettina Caroline de Rothschild, no sé si fueron felices ni si comieron perdices, pero sí que prolongaron la especie teniendo siete hijos. Esta Betty, puede que agotada de tanto parir, la palmó a los 34 añitos. El inconsolable viudo, entre otros onerosos homenajes, compró los derechos de la nueva estrella y la bautizó con el nombre de la difunta. Es así como hoy me he enterado que tengo un asteroide con mi nombre: Bettina. Ya formo parte del selecto club de personajes como el El Príncipito, propietario del B 612 sus tres volcanes y una rosa bastante pedante (por no decir pedorra). Él abandonó su planeta harto de los reproches de su flor. Yo si pudiera me mudaría al mío. Plantaría "Mi árbol de naranja/lima" (¡Qué libro más bonito! Debería releer a José Mauro de Vasconcelos), me llevaría a mi zoo sin preocuparme de pasar la aspiradora porque los pelos volarían por el universo y, seguramente leería El Principito. Hoy estoy aburrida, no tengo un observatorio, pero tengo algo en lo que pensar: un asteroide que se llama Bettina. Ya puedo decir “Paren el mundo que me quiero bajar”

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