20 agosto 2010

Habitación 6074… qué gusto estar normal

He tenido el privilegio de pasar cuatro días internada en el hospital sin estar demasiado enferma y sin estar demasiado sana, porque un sospechoso nubarrón tipo ¿ácaro? sobrevoló mi pulmón izquierdo y, tanto mi médico de cabecera como la doctora de Urgencias a la que me derivó, coincidieron que lo mejor era tener a esa especie de bicharraco en observación. Y así aterricé en La Fundación Jiménez Díaz sin el kit de enferma mentalizada: ni mis gafas, ni mi cepillo de dientes, ni mi cargador de móvil, ni ná de ná, como buena renegada a aceptar que estaba pachucha. Cuatro días deambulando, en camisón hospitalario y tacones, entre enfermos, enfermeras, auxiliares de enfermería, auxiliares de auxiliares, visitantes y médicos intermitentes dan para mucho. A falta de poder hacer otra cosa, me dediqué a la observación – y sí hasta yo me sentí observada en lo más profundo-, a la meditación y finalmente a empaquetar un surtido de reflexiones. La más importante: ¡Qué placer estar sano! Y en general, no lo valoramos. Es como ese intenso dolor de muelas que te hace entender lo bien que estás cuando no te duele, y lo poco consciente que eres de esa bendición -y es que me haya vuelto ni mística, ni religiosa- que supone, además, no tener que pedir cita con el dentista, tan doloroso en todos los sentidos como el propio sufrimiento dental.. “¿Una neumonía?”, me preguntó el camillero que me arrastraba en una silla de ruedas rumbo a los Rayos X, aunque yo podía andar sin problemas. Él estaba de acuerdo, pero el protocolo es el protocolo y se le pillaban sin portarme como un bulto, le podía caer una gorda. ¿Para qué servirá el protocolo? Supongo que evita mucho derramamiento de sangre. “El síntoma es muy común en estas fechas, el aire de Madrid está que apesta” comentaba el chaval. Mi odiadísimo alcalde una vez más, no podía faltar. Rápidamente se convirtió en la diana de todas mis maldiciones y al mejor estilo de oratoria del PP, pensé: “Váyase señor Gallardón”. Por sus inacabables obras urbanas y el poco verde que está dejando en la ciudad yo, en camisón de abuelita enferma y tacones, me tengo que privar de todos mis vicios y mi vacua rutina de cada día.. “Lo fundamental es mirar, escuchar, recordar, comentar y poco a poco, darte un paseíllo por los pasillos… Moverte”, decía una voz ni tan joven ni tan madura a la pierna de un humano bastante mayor, arrugada, manchada y con pésima circulación, que pude avistar a través de una puerta entreabierta durante un paseo por mi planta con el fin de hacer un poco de ejercicio. Y así estaba yo mirando, paseando, escuchando… Tal como sugería la voz en off. Es algo para lo que siempre habría que reservarse a diario un momento. Lo cierto es que entre mis vecinos, todos de neumología, había poca gente joven, casi todos estaban llenos de tubos por todas partes y muchos estaban colgados en esa clase de Nirvana que es el Alzheimer, así que tampoco es de extrañar que escuchara una frase tan escalofriante y digna de un pensamiento como es: “Una buena muerte siendo joven es mucho mejor que la menos mediocre siendo viejo”, de boca de un señor que había superado dos cánceres. Pensé en todos los jóvenes conocidos a lo largo de mi historia, que se despidieron de la life en plena efervecencia vital -en la mayoría salidos de escena de un modo repentino- y cierto, hasta ese momento, por lo general, era gente intensa a la que sí le quedaba mucho por vivir, pero que con sus pocos años ya podían decir sonriendo: "Que me quiten lo bailado". Estar internado en un hospital por una enfermedad que no es grave puede llegar a ser positivo. Tener el dolor, la desgracia o la muerte como compañeros de vivencia puede resultar un buen bofetón que, según las circunstancias de cada cual, te puede impulsar a rehacerte, a ser mejor persona contigo y de rebote, con los demás. Miras para atrás, miras el momento y miras el futuro y ves que todos, aún te pertenecen y los puedes moldear a tu capricho. Me soltaron, volví a la calle y tenía y tengo muchas ganas de respirar.

03 agosto 2010

Los viejos, en peligro de extinción

Los viejos de entonces contaban batallitas a sus nietos, los de ahora, hay que ver si tienen nietos, si éstos les cambian por el entretenimiento que supone la Wii o Internet (que siempre tiene mucho que contar) y, además, como los viejos de hoy siguen batallando, no tienen tiempo para chorradas... Con eso del retraso de la edad de jubilación, las batallitas o se equiparan o pasaron a la historia... Y digo yo ¿Quién tendrá tiempo para contar la historia, ehhhhhh?

Ofertas y demandas en Lavapiés