10 julio 2007

Gallardón: ¿Que he hecho yo para merecer este alcalde?

No me parece guapo, ni sexy y dificilmente me tomaría una copa con él (de un polvo ¡Ni hablemos!)... Aunque en gustos o momentos raritos, cualquier cosa puede pasar. Ya se sabe, nunca hay que decir de esta agua no beberé. Pero si hay algo que tengo claro, es que aún estuviera deshidratada en el desierto,exhalando mi último suspiro, JAMÁS LE VOTARÍA como alcalde. Sin embargo, como soy democrática y vivimos en una sociedad que se mueve por las leyes del rebaño, le tengo que soportar. Pero este melómano empedernido, que quiere dejar su sello en los libros de historia, anhelando quizá hacer sombra o emular a las hazañas del Viejo Profesor (sorry Albert, pero Tierno de apellido y de carisma sólo hay uno) es una mosca cojonera. Me fastidia, a pesar de que yo intente exiliarlo de mi vida. Este lobo con lanita de cordero, ha pasado por alto un asunto básico: un alcalde es elegido por los habitantes de una ciudad para hacer que sus vidas sean más placenteras y armoniosas. Sería una especie de abuela buena que se preocupa por el bienestar de sus polluelos. El problema de muchos políticos (diría que todos) que llegan al poder, es que olvidan de que están donde están para representar los intereses de quienes han apostado (y el gran número de quienes no lo han hecho) por ellos. Suele ocurrir, como con la próstata en los hombres (ninguno se salva), que en algún momento de sus mandatos se produce un cortocircuito. Es entonces como por la ceguera de ambición, los votantes se convierten primero en súbditos, luego en vasallos y finalmente dejan de existir. Es el momento inquisición, si molestan hay que "neutralizarlos". A esta altura de la vida, consciente de que poco puedo hacer por cambiar las cosas -a no ser, que me meta de lleno en la tarea-, la clase política, como toda la gente que no aporta nada interesante o enriquecedor a vida, deja de existir. No me preocupa quererles u odiarles... Si estoy muy aburrida, en el peor de los casos, puedo criticarles para pasar un rato de entretenimiento raso. No exite ni un sólo ser en la tierra, que a fuerza de insustancialidad, vulgaridad o por muchas putadas que pudiera hacerme, llame mi atención, si antes no le hace cosquillas a mi sesera. No son consumibles en mi día a día, ni tampoco dignos de mis sentimientos (ni buenos ni malo). ¿Existe un arma más efectiva que la indiferencia? Odio odiar, desgasta demasiado, así que esos entes vacuos y malignos, sencillamente se esfuman de mi realidad. No ocupan ni un mísero milímetro en MI ESPACIO. Al menos así había sido hasta ahora. Yo era básicamente feliz sin odiar a nadie... ¡Hasta que Gallardón, Alberto Ruíz Gallardón! Ese derechista rojizo; progre de la boquita pa'afuera; feminista, machista, gay, hétero, católico, agnóstico macho... empezó a sabotear mi paz intefiriendo con el coste de sus caprichos en mi día a día: ¡CUÁNTO LO ODIO! Él concentra en sí mismo, todo el desprecio que le he negado al resto de la humanidad. No sólo tengo que pagar el coste de sus monumentales obras, sino que además debo sufrir su aberrante mal gusto, su pasión por el hormigón y su desprecio por el verde de la naturaleza, sino que tengo que aceptar sin rechistar que haya confiscado y privatizado las calles de Madrid. El diezmo suyo de cada día, con mi consecuente suplicio y la agonía de mi bolsillo, llega a modo de multas por mal aparcamiento. Y además de obligarnos a pagar tamaño acoso, nos obliga a subvencionar las nóminas e infraestructuras (motos, coches, grúas y papelería cotidiana...) de esos sicarios que por llevar un uniforme se sienten con derecho a humillar a los ciudadanos, bajo amenaza de, si no lo hacemos, meterse en nuestras cuentas bancarias para llevarse ese dinerito que, ahorrativos como somos, le negamos a una prenda de Prada. La pregunta es ¿qué nos da a cambio? En más de una ocasión los espejos retrovisores de mi coche fueron destrozados por vándalos sin que hubiera nadie para impedírselos. Todo por nada ¿Qué tal una revolución? Se aceptan adeptos. Como solía decir ese envase petaca humano de aire con bigotitos: ¡Váyase señor Gallardón!

Ofertas y demandas en Lavapiés