28 agosto 2007

Dignidad ¡Divino tesoro!

Todos tenemos un precio. Siempre un mínimo, nunca un máximo. Al parecer, la mayoría del tiempo estamos en rebajas. Hace mucho tiempo, cuando yo aún era cándida, veía la vida de color de rosa, y comenzaba a meter el hocico en el apasionante mundo del periodismo, el escritor Baltasar Porcel me soltó, con una naturalidad absoluta, durante una entrevista: "la dignidad no sirve para nada", o algo similar, ya que hace varios años que dejé de ser tan cándida, veo la vida según las gafas que lleve puestas y ser periodista me es tan necesario como respirar... Pero da igual que la frase sea más o menos textual, el impacto continúa siendo el mismo. En aquel entonces me sorprendió por considerarla casi una aberración -¿Qué podemos esperar de una persona que no tenga dignidad?-, hoy porque es tan auténtica como que existe la luna (pero no por mucho tiempo, he oído que algunos científicos aseguran que se está alejando de la Tierra) y existe el sol. La no dignidad -que diferencio de lo indigno- es casi una epidemia social. Por su parte, un amigo treintañero, cuando yo ya me aproximaba bastante a lo que soy hoy, me dio otra frase célebre: "Yo tengo dignidad con quien se merece que tenga dignidad", me quedé alucinadita, me descojoné de la risa y no pude dar crédito a la ridiculez que acababa de escuchar. Hoy leo en los periódicos las meteduras de pata de la ministra Magdalena Alvarez -que por cierto, siendo un cargo público debería hacer un curso de vocalización- , las erres que erres de Zapatero, las rabietas menopáusicas de Rajoy o los shows de Hugo Chávez, por no meterme con las atrocidades con las que se atreve la gente de la calle, para salir en televisión y conseguir los consabidos cinco minutos de fama enunciados por Wharhol. "Juventud, divino tesoro ¡Ya te vas para no volver! Cuando quiero llorar, no lloro ¡y a veces lloro sin querer!" escribió Rubén Darío... Pero entonces no existían ni la cirugía, ni el laser, el bótox, etc., y como mucho se podía pactar con el diablo, que hoy por hoy está jubilado a falta de peticiones de pactos (¿quedan almas en venta?) y del incremento de la competencia que está mil veces mejor preparada que él. La juventud, si nos preocupa se queda, pero la dignidad ¿No está en peligro de extinción? La tecnología será la única capaz de dar una respuesta. La moral, amordazada, se niega a salir en esta foto.

26 agosto 2007

Yo acuso: Y la gente ¿dónde va...?

¿El personaje o la persona? ¿El objetivo o la competición? ¿El logro o la apariencia? Al tiempo, ese fabuloso invento del ser humano para conseguir poner un mínimo de orden en la sociedad, la gente lo está ninguneando tanto como a otras creaciones del homo sapiens, valores tan básicos como el respeto al prójimo. Ya no hay tiempo para dedicarnos a escuchar, hablar o callar, para superar una mala racha personal, familiar, laboral o de pareja y ni siquiera para detenernos a pensar algo tan básico como qué queremos hacer de nuestras vidas. Nos limitamos a pasar la página y si te he visto no me acuerdo. Es como si temiéramos perder ese tren expreso que aparentemente nos llevará a un presunto éxito, pero cuyo trayecto no llega más allá de la muerte: inevitable destino final del recorrido de cada uno de nosotros. ¡Vamos! y no se trata de apearse a riesgo de perder carrerilla, sino de que mientras hacemos el viaje a toda leshe, recordemos que podemos ir disfrutando del entorno permitiéndonos dedicar nuestros sentidos a cualquier cosa imprevista que nos pueda llamar la atención: una persona, una historia, una imagen... La mayoría seguimos de largo porque tenemos que llegar... ¿A dónde? Yo creo que la vida, mientras nosotros "la pasamos de largo" como decía John Lennon, nos va presentando un sinfín de opciones, elecciones esenciales para que optando, bien o mal según apostemos -por aquello del que no apuesta no gana ni pierde- hagamos de nuestra existencia algo tan único y especial cómo el guión soñado que deberíamos aceptar para conseguir hacer de nuestro breve paseo por estos lares nuestra mejor película.

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