08 mayo 2009

Tras los pasos de Frankeinstein

El otro día me enteré que la divina Elsa Pataky tiene ojos marrones y que lleva, desde… siempre, unas lentillas azules, las mismas que usa Paris Hilton que ¡Oh surprise! también tiene ojos pardos. Pero luego me contaron que ni la nariz, ni los pómulos, ni el mentón, ni los pechos que luce la actriz con toda naturalidad son los originales. Vamos, que entre lo que parió su mami y lo que es la chica en la actualidad, hay mil tratamientos y operaciones estéticas de distancia. Elsa Pataky podría ser perfectamente la hermana pequeña de Susan Boyle. Pero mientras esta última pretende enamorar al respetable, con el virtuosismo de su voz, la primera –cuyas artes interpretativas son cuestionables– pretende embelesarlo con un estudiadísimo diseño de packaging profesional. Ambas opciones son válidas. Discutibles serían otros casos. Por ejemplo, el de la española Naty Abascal, al igual que el del argentina Mirtha Legrand, que pretendiendo que sus fans crean que sus encantos se deben a la generosidad que la Madre Naturaleza ha tenido con ellas –y no a la conservación en formol- por si acaso, han hecho que sus hermanas mellizas pasen por los mismos cirujanos para que nadie ponga en duda la autenticidad de a sus ilusas imágenes. También se podrían poner en tela de juicio posturas como la de Miguel Bosé o Nicole Kidman, que siguiendo la estela del Dorian Gray de mi adorado Oscar Wilde, han intentado eternizarse en una determinada imagen de su carrera estelar y, a excesos de estiramientos y bótox, ya van por la vida como elaborados photoshops –sin gestos- andantes, vivitos y coleantes. Pobres, ni ellos son ya ellos. ¿No es un poco ridículo que se cree controvesia sobre la ética o moralidad del estudio de las células madres o la clonación?  ¿Qué ha sido de eso de que Dios nos hizo a su imagen y semejanza ? Ahora, los avances de la ciencia, en todas sus vertientes,  han convertido sus pretensiones de ser un modelo a imitar, en una más de las posibilidades más de la lista…  En 1818 Mary Shelley inventó a Víctor Frankestein que, a su vez, quiso inventar al hombre perfecto, o más o menos. El tiro le salió por la culata, ya que la criatura recauchutada con materiales humanos de segunda mano le quedó más fea que un sapo feo… ¡Qué tiempos aquellos!

Hoy por la mañana, recién levantada, tras quitarme las legañas y mientras me cepillaba los dientes, me encontré conmigo en el espejo y me alegré con mis ojos inchados, mis bolsas, mis arrugas, mis dientes con un esmalte nada radiante, mis asimetrías y todas esas imperfecciones  acordes con los avances de mi existencia. Son sólo mías e intransferibles porque, afortunadamente, estoy echa a mi propia imagen y semejanza.

2 comentarios:

  1. Tienes razón. Debe ser terrible mirarse al espejo y no reconocerse. Mejor asumir los "renglones torcidos de Dios" también en el propio cuerpo.

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  2. Caramba Bettina, este post tuyo es obsolutamente magnifico y, aparte de que me ha encantado, es que estoy totalmente de acuerdo contigo !claro que sí!
    Un besote bien gordo y buen finde
    apm

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