31 diciembre 2005

Dura realidad: "Amanecer y ocaso del último día del año"

Cuenta atrás para estrenar un nuevo año: 365 días, 8.760 horas, 525.600 minutos y no sé cuántos segundos, que no garantizo que estén bien calculados, porque lo mío no son las cuentas. Da igual, es un ciclo de tiempo tan artificial, como las buenas intenciones de ese gran número de españoles que aseguran que a partir del 1 de enero dejarán de fumar. Tampoco pasa nada ¡la vida mesma es pura ilusión! Pero ateniéndome a las normas, y aceptando que hoy estoy agotando el último día de 2005, lo suyo sería que que este día fuera memorable. Yo diría, que de momento, está siendo, como poco, significativo. A las 00.00 horas, comencé el 31 de diciembre, en una timba. Me desplumaron. Deprimida y sin pasta, al regresar a casa, a eso de las 03.15 de la madrugada, puse la lavadora, sobre la que es importante señalar, reposaba mi horno. El plan era magnífico, ganarle tiempo a ese tiempo irreal, para amanecer haciendo cosas tan útiles como tender la ropa. Me fui a dormir. Debían ser las cuatro. Dormí como un bebé. Mi madre decía que quien duerme bien, tiene la conciencia limpia. La mía debe estar tan aligerada como el disco duro de un ordenador, después de soportar el pesaroso trámite de desfragmentarlo. A las 10.00 en punto, llaman al timbre. Es el repartidor de pienso ¡Mecachis, me había olvidado que venía a traerme la comida a mis adorados perros! Al momento de pagar ¡Oh, surprise! No tengo pasta...Lógico ¡Me habían desplumado! Mal asunto, aún con la cara sin lavar y con mis legañas desperezándose, termino el año con deudas. Algo que tendré que subsanar cuando comience 2006. Empiezo la lista de "tareas pendientes para 2006". Pero ahí no acaba el desastre ¡Mi horno se ha suicidado! Se ve que el agotador trabajo de la lavadora, haciendo horas extras a altas horas de la madrugada, ha hecho que ésta se revelara y, cuál potro en plena doma, tirara abajo al jinete que llevaba encima. Mi cocina estaba llena de mínimos trozos de cristal, metal y desesperación, esparcidos por todo el suelo. Termino el año barriendo desde muy temprano (¿será una buena señal? Limpieza y sacar fuera lo que ya no sirve. Es innegable que mi querido horno ya no servirá ni para el reciclaje) De momento, y acabo de comenzar el día, tres misterios: 1.- No me he puesto de un humor de perros malhumorados, al enfrentarme al derrumbre hogareño. 2.-Por la noche, ni me enteré del estruendo que debió ocasionar la castástrofe (mi conciencia debe estar en plan 0 Km.). 3.- Mi casa no se ha incendiado, la caida arrancó de cuajo el enchufe del horno. Ahora me toca seguir empezando mi día, veremos, veremos y después lo contaremos (continuará...) Y continúo. Cené delicias dignas de la Ultima Cena,me reí de todas las estupideces que se cruzaron en mi camino, bebí como una cosaca y me zampé las uvas, ya medio ausente, sin saber ahora si pedí o no los deseos, pero eso sí, brinde con un montón de copas que terminaban en seres humanos y recibí muchos besos casi anónimos. Nada emocionante en el ocaso del 31, y en el estreno del 1. Mal cuerpo, resaca inevitable y frustración por no haberme comprado el periódico dominical, que no se ha publicado, para pasar la tarde leyendo sin leer, mientras mi cuerpo intenta restaurar su orden. Acabó un año, empezó otro y todos sigue igual... Igual no, según la previsiones, todo sigue igual, y sin embargo, todo eso igual será más caro. ¿Será por eso que nos gusta delimitar el tiempo? Quizá sólo para marcar un punto de partida, que indique que ya tenemos campo abierto para intentar cambiar las cosas que, con un año más o menos, de todos modos cambiaríamos...

2 comentarios:

  1. Anónimo8:44 p. m.

    Me reído con tu relato. Desplumarse no parece tan malo, ya sea con los mismos pelos o plumas que más da si todo seguirá igual salvo como dices todo más caro. Saludos.

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  2. Anónimo1:55 a. m.

    En año nuevo, poner humeante incienso por doquier, para que los malos espíritus del año viejo, no se pasen al nuevo, mientras que nuestra mente, desprevenida, se pone a dormir, y los deja entrar, como Pancho por su casa...
    mas vale prevenir que curar

    un alma que te quiere

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