26 diciembre 2005

Cuento: "Verde esperanza"

La mañana se levantó maravillosa, inundada de sol y de un azul celestial prepotente que ninguna nube se atrevía a interrumpir. Ante un panorama tan alentador, era obligado que Tomás también se despertara de muy buen humor. Antes de entrar en la ducha se preocupó de que Paganini pusiera la música de fondo al inicio de su nueva jornada. Para rematar el bienestar, una vez despejado y perfumado, María, como cada día, le tenía preparado, a la medida de sus manías, un suculento desayuno: las tostadas en su punto exacto, crujientes pero esponjosas a la vez; la mantequilla, tan untuosa como una caricia en un terciopelo color oro; el zumo de naranja exprimido, con su habitual cuarto de cucharada de azúcar y el café negro y amargo, caliente, pero sin exagerar. Todo estaba en orden. Ceferino, el perro, no se retrasó ni un minuto al alcanzarle el periódico recogido en el jardín. El chucho sentado a su lado, consciente de la eficacia de su labor, movía feliz el rabo a la espera de alguna merecida recompensa. Las magdalenas caseras de María eran su paga predilecta. Con la sincronía ritual de cada día, terminado el desayuno, Pascual ya le esperaba fuera con la puerta abierta del reluciente coche que, como cada lunes, acababa de lavar. Tan sólo coger el volante, Tomás optó por el CD de La Traviata como compañía musical durante el viaje hasta su despacho. No tuvo reparos en improvisar un dueto con Pavarotti. En la carretera casi no había coches. El camino era suyo. Llevaba una velocidad regular que le permitía desconectarse de la conducción y dedicarse por entero a cantar. Era sumamente placentero conducir sin preocupaciones. Al llegar al centro de la ciudad, la marcha era más lenta, pero tan fluida como en la autopista. Todos los semáforos le recibían en verde "¡Qué color tan bonito!... verde, naturaleza, pajarillos y flores. Verde, verde, verde ¡Qué maravilla!" Ya, desde pequeño, el verde se había establecido en su vida como su color favorito: Su uniforme de estudiante había sido verde, y con esa indumentaria, año tras año, se enorgullecía de destacar, ante la envidia de sus compañeros, como el primero de su clase. En el día de su boda, "Pobre Soledad ¡Qué en Paz descanse!", el traje de novio también había sido verde, lo mismo que el vestido de Loli, su hija, en el bautizo. El verde era sinónimo de felicidad y, por supuesto, armonía. Pero, tal como demuestra la experiencia, todo lo bueno casi siempre tiene un final, y esa estupenda mañana no tenía porqué ser una excepción. Tomás interrumpió el Fa sostenido de un aria y sus verdosos recuerdos ante un repentino e inesperado semáforo en rojo. "¡Esto es inadmisible!” - vociferó dentro del coche- “¡Pero es cierto, está en rojo! ¡Cómo me violenta este horroroso color! Es un sabotaje contra el ritmo de mi plácida conducción matinal! ¡Hay que ver lo que tarda ese maldito artefacto en darle luz verde a mi adorable verde! ¡No puedo soportarlo más!" Dicho lo dicho y sin titubear, el hombre cogió la barra de hierro, que por si acaso siempre llevaba en el automóvil, saltó a la calle y comenzó a darle golpes al semáforo ante la incredulidad del resto de los automovilistas que le contemplaban atónitos sin llegar a admitir lo que veían sus ojos. Tomás no cesó en su ataque hasta que por fin "La bestia roja cayó derrotada”, derrumbándose partida por la mitad, en la calle, y suspirando una última intermitencia roja antes de pasar a mejor vida. Sin siquiera echar un vistazo postrero a su enemigo, Tomás satisfecho regresó al coche tarareando La Traviata como si nada hubiera sucedido. Las sirenas de la Policía, que ante el terrible atasco que se había organizado durante la batalla no podía acceder al escenario de los hechos, se oían a lo lejos. Absolutamente repuesto y ya recuperado el bienestar del despertar, Tomás prosiguió con su despreocupada y reconfortante conducción, gozando de la armonía del resto de los semáforos que donosamente le abrían camino presentándose ante él en un sosegador verde. "Verdi ¡que ser humano excepcional!, hubiera sido un gustazo poder conocerle... En fin, destiempos... ¡¡Cómo!! ¿Este impertinente semáforo también en rojo? ¡Vaya desfachatez y osadía! ¡Hay que reconocer que le echa coraje a la cuestión!" Por fortuna en ese tramo había menos coches que en el anterior. Nuevamente desesperado y con la barra en mano, destrozó por completo a la nueva bestia. Ya en el coche, Tomás descubrió que la jovencita que conducía el coche vecino al suyo le sonreía aliviada, como agradeciendo su arrojo. Probablemente ella tenía una cita trascendental ese día y con la historia de los semáforos le hubiera sido imposible llegar a tiempo. Tomás se sintió doblemente satisfecho. “Siempre es reconfortante ayudar a una dama en apuros”. La sirena de la Policía se escuchaba, otra vez, demasiado lejos. Quedaba poco trecho hasta su despacho, y era una pena porque le estaba pillando el gustillo a aquello de sentirse como un héroe derrocando a monstruosos enemigos. "Don Quijote se sentiría orgulloso de un caballero de mi hidalguía". El CD de La Traviata acabó en el momento exacto en que un nuevo semáforo ofrecía su rojo-stop más brillante. Tal vez porque en la radio sonaba Julio Iglesias -no precisamente uno de sus cantantes favoritos- ese último rojo le pareció rojísimo, mucho más rojo que los otros que había destruido. Quizá sólo se debiera al acaloramiento de sus ojos y a la inesperada música. Atinó a apagar la radio e hirviendo de ira bajó nuevamente del coche para masacrar, aún con más saña, al último escollo de su viaje. Tal era su cólera, que una vez caído el indefenso semáforo él continuaba azotándole, y la pobre señal de tráfico, intentando reivindicar su dignidad se resistía a apagar definitivamente su luz roja. Esta vez, la ira del conductor dio margen a la policía para poder llegar hasta el lugar de los hechos y, sin mediar palabra, detener al causante de tantos disturbios públicos. En la comisaría, absolutamente orgulloso, Tomás se declaró culpable de todos los desastres de los que se le acusaba, alegando, desde luego, que lo suyo no había sido un delito sino un servicio desinteresado para el bienestar de los ciudadanos. Unos pocos minutos más tarde, tras cumplimentar todos los trámites burocráticos, una educada pareja de agentes del orden le acompañó desde la comisaría al psiquiátrico. Se le asignó una habitación privilegiada, que ese mismo día decoraron especialmente para él en tonos verdes. Los médicos no pusieron traba alguna para que, además de que María en persona pudiera prepararle y servirle el desayuno - incluso le habilitaron una habitación especial- Tomás pudiera seguir con sus actividades cotidianas en el Hospital. Ni siquiera pusieron pegas para improvisar una pequeña oficina para que Dolores, la secretaria del recién llegado, cumpliera con sus funciones cotidianas. No obstante, respecto a admitir a Ceferino fueron un poco más intransigentes. Él insistió para que su adorado perro pudiera acompañarle, pero las normas eran estrictas: en el recinto no se admitían animales. Diariamente un hombre, rodeado de unos cuantos individuos con aspecto un tanto siniestro, se acercaba al hospicio para recoger los papeles del paciente y llevarlos a su despacho habitual en el centro de la ciudad. Tomás se sentía casi feliz, lo único que echaba de menos era la incondicional alegría de Cefe y a su coche, le apasionaba conducir. Pero, tal como demuestra la experiencia, todo lo bueno casi siempre tiene un final, y esa estupenda mañana, en la que llegaron ellos, no tenía porqué ser una excepción. Los tres hombres iban de punta en blanco, elegantísimos, lucían unos trajes verdes que a simple vista alardeaban de su confección de primerísima calidad. Sólo habló uno, fue breve y conciso: -Señor presidente, buenos días, el gobierno le reclama. Lamento comunicarle que deberá abandonar este circunstancial despacho para reincorporarse a sus obligaciones ejecutivas. Están circulando rumores que consideramos no es conveniente dejar que la oposición utilice en su beneficio.

2 comentarios:

  1. Anónimo1:20 a. m.

    Hola!

    me rindo a sus pies, apreciada amiga!!! me encanta que tengas una terapia tan fructífera, y por favor... sigue escribiendo!!!

    (roser amills)

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  2. Anónimo4:24 p. m.

    Betta, de mon vie,

    Que buen blog! Buenisima idea. Y para mi, que estoy tan lejos, es una linda forma en ver como pensas a traves de tus cuentos y ensayos. A lo mejor empiezo un blog mio para compartir con vos y otros amigos!

    Un abrazo a mi amiga, la escritora!

    Daphne

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