16 marzo 2007

Cuento: Bicho contra bicho

¡Otra vez metiéndote donde no te llaman! ¿Qué sabes tú sobre los peligros del queso? Ya te veo venir. Ahora me dirás ¿Qué se yo sobre lo que tú necesitas? Nada nuevo. También me lo decían Ambrosio, Julio Roberto y Ceferino –qué en paz descansen- Pero esas partes oscuritas, resbaladizas que tanto te atraen ¡¡Están podridas!! Podrían utilizarse tranquilamente como antibióticos ¡veneno eficaz para acabar con infecciones! Bacterias contra bacterias. ¡bichos, sólo bichos! Las veces que intenté que mis difuntos lo comprendieran ¡A mí me encantan los bichos, pensarás mordiéndote la lengua para no soltarlo! Suciedad. Ya te oigo susurrar: “Me gusta la mugre” Pero si te entiendo. Yo también adoro la roña. Ellos no. Siempre se quejaban. Ambro, asmático vocacional, se desmembraba por las arcadas que le producían los ceniceros llenos de colillas humeantes. Julito, aborrecía las mosquitas revoloteando sobre la fruta pasada y Ceferino me volvía loca pidiéndome toallas limpias cada semana y exigiendo que cambiará las sábanas, al menos, una vez al mes. Suciedad divino tesoro. Si no fuera por todas las porquerías que la gente acumula me moriría de hambre. Doce horas diarias, así como lo oyes incluidos los sábados –los domingos no, es el día del Señor- limpiando casas de cochinos para que tú te puedas meter en mi roquefort, y para que yo te tenga que explicar, por enésima vez, que pones en peligro tu vida. Con mis maridos tuve la misma paciencia, pero ya ves tú, tampoco me escucharon. ¿Peligrar mi vida cuando tú tienes planeado comer toda esta masa láctea llena de putrefacción? Preguntarás, y sé que te guardarás mucho de gritarme a la cara que soy una egoísta. Pues para que te quede claro sí, tienes razón, soy egoísta pero no hasta el extremo de imponer que en esta casa sólo se hace lo que digo yo. Ninguno de los tres quiso reconocerlo. Eres idéntica a los demás. Te dan una mano y te comes hasta el queso. ¡Ya no se puede confiar en nadie! Bernarda enfundó su dedo índice con la bayeta. Con una mínima maniobra de la yema aplastó a la cucaracha. Luego cogió un cuchillo, cortó el trozo de queso donde aún permanecía el cadáver y lo untó sobre una rebanada de pan duro y mohoso que despareció de escena en tres mordiscos.

1 comentario:

  1. Anónimo9:43 p. m.

    nunca mas voy a comer queso. Y bien me acuerdo de los langostinos...

    ResponderEliminar

Ofertas y demandas en Lavapiés