16 marzo 2007

Los hombres y la belleza

Recuerdo con nostalgias aquello del “hombre como el oso, cuanto más feo, más hermoso”. En aquellos tiempos llevar el coche al taller, porque perdía aceite (en su sentido más textual, no vayamos a confundirnos), podía convertirse en el guión de una de mis fantasías eróticas más resultonas. Imaginemos: Él, despeinado, con la barba de uno o dos día sin afeitar, manos rudas, desgastadas por ajustar y aflojar tuercas, comedidamente cachas, algo sudado, con su cuerpo salpicado de grasa y enfundado en su mono sucio, dejando al descubierto su pecho más boscoso ¡Guauuu! Se acerca con pasos decididos, mirándome con disimulo de arriba a abajo y esquivando los vehículos de la UCI mecánica y con indifernecia me dice: “¿Qué puedo hacer por usted?”. Yo también le miro de arriba abajo -en plan discreto- y pienso: Podrías tumbarme sobre el capó de ese Volvo reluciente, y hacerme una revisión profunda, pero de mi boca sale: “el coche pierde aceite”. Eso ya no existe. Mi coche puede seguir perdiendo aceite, pero el mecánico que lo arreglará, no sólo lleva mechas en el pelo –lo veo por el flequillo que se le escapa del pañuelo que protege su cabellera, muy bien colocado al estilo Bruce Springteen-, sino que está bien afeitado, su tez, radiante, se descubre adicta al uso de una buena hidratante, sus manos tersas, limpias y sus uñas cuidadas por una experta manicura. El mono de trabajo –que hasta parece diseñado por Hugo Boss- podría ser el utilizado en una publicidad de ese jabón milagroso "que puede con todas las manchas". Se acerca con delicadeza, sonríe y las fundas de sus dientes hacen que esa sonrisa –seguramente estudiada mil veces frente al espejo, como la de Miguel Bosé- cegue, con su luminosidad, mi razonamiento. El aroma del nuevo perfume de Miyake, es como un Nocturno de Chopin para mis sentidos. “¿Qué puedo hacer por usted?”, me pregunta. Le miro, aún con mayor detenimiento,de arriba a abajo, por detrás y por delante y pienso: "Podríamos ir al Ritz y pedir un té de jazmín... para el desayuno”, pero me contengo y mi boca susurra: “el coche pierde aceite”. Recuerdo con nostalgias aquello del “hombre como el oso, cuanto más feo, más hermoso”, pero ahora disfruto (en el más amplio de los sentidos) como una loca con esto de que “el hombre, como un crianza, mientras más se cuida más te le lanzas”.

3 comentarios:

  1. Anónimo3:39 p. m.

    Betta,
    Me ha hecho una gran ilusion que visitaras mi espacio y encontraras una trocito de ti en el. La lectura de tu libro (como psicologa que soy) me reporto una de las mejores lecturas sobre las hazañas de esta, nuestra queridisima profesion.
    Un saludo desde Barcelona
    Espero que tengamos mas encuentros virtuales.

    ResponderEliminar
  2. Anónimo10:41 p. m.

    Betta: Hacia tiempo que no leia algo tan bueno ... y tan cierto, lamentablemente ... nos estamos poniendo viejas????.
    Besos.
    Silvia (la admiradora de de Bubu ... ¿èl me aceptará?))

    ResponderEliminar
  3. Anónimo10:18 p. m.

    Digo, que las fantasías la mayoría de las veces deberían permanecer como fantasías nomás.
    Porque después que el Roque te volteó sobre el capó del Volvo, decubriste que no pensaba ni lavarse las manos, ni antes ni después, que había comido ensalada de cebollas horas antes, pero ahora le repetía, y tenía olor a segundo tiempo de fúbol, porque había sido un día de muchísimo calor, pero el Roque se había bañado ayer. Además, mientras que descubrías qué incómodos son los capóts de los Volvo, al mismo tiempo te dabas cuenta que, o la posición era pésima, o a Roque le flataban unos centímetros en el lugar más crucial, o simplemente tal vez, el ritmo que tenía en su cabeza era el de "Zamba de mi esperanza". La próxima vez que lo veas al Roque, le decís: por mí no puede hacer nada, pero puede ¿puede cambiarle el aceite a mi auto por favor?

    ResponderEliminar

Ofertas y demandas en Lavapiés