22 marzo 2008

La vida es una cremallera

El viento sopla sin ganas, pero al menos sopla. El calor no es sofocante pero impone su presencia. Hay aire, se respira. En ese paisaje desolado se dibujan con claridad un hombre y un perro, que parecen los únicos seres vivos en el camino de tierra. Es una vía infinita en medio de un campo en el que apenas se percibe la línea del horizonte. Independientes, heterogéneas y salvajes, a los lados de la ruta, una inmensidad de hierbas marcan unas fronteras innecesarias, algo así como nuestros objetivos. El panorama, contemplado con los ojos entrecerrados, se asemeja a una cremallera. La vida es como una cremallera: básicamente se sube y se baja; se abre y se cierra. Ese paisaje es vida. El hombre y el perro son la lengüeta que recorren en su extensión la aparente hilera de dientes. Son ellos los que con su andar abren o cierran las posibilidades de sus vidas. Cómo siempre se encuentra su libertad de decisión. Sólo ellos pueden elegir si seguir hacia delante o regresar hacia atrás. Ese horizonte apenas perceptible es una de las metas a alcanzar. Siempre estará allí y para cumplir sus objetivos ellos, ineludiblemente seguirán andando con la certeza de que nunca alcanzarán la línea pero que de todos modos el camino se habrá recorrido.

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