22 marzo 2008

Mi patio

Hace años, después de vender nuestro piso, nos pusimos a buscar algo nuevo y la búsqueda duró largo tiempo. Mi padre, a medida que más inmuebles visitábamos y los meses transcurrían, se iba desganando. La nada que la muerte de mi madre había dejado en él, se iba posicionando, le iba colonizando. Hace años que deseaba una casa con un patio. Había vivido de niña en una casa con un patio y la que imaginaba y deseaba se parecía a aquella. No me contentaba con un patio modesto o construido por imperativo de los planos reglamentarios de un arquitecto. Quería un patio enorme, gris con la más amplia gama de grises: gris claro, gris oscuro, gris blanco, gris negro, gris nostalgia. Quería un patio con una pared divisoria infinita que llegara al cielo y sólo permitiera imaginar los ovnis que nos espiaban, a los terrícolas, sin ser vistos. Quería un patio que nos separara del jardín de los vecinos por una muralla, no demasiado alta, como para poder colarnos si fuera necesario a buscar una pelota perdida o perseguir a un gato. Quería un patio acogedor y lo suficientemente grande para organizar una fiesta de disfraces con buen tiempo; con los rincones pertinentes para hacer confesiones desvergonzadas y un patio lo suficientemente discreto como para camuflar la trama de conspiraciones audaces. Quería todo lo que había en el patio de mi infancia. Con mi padre estuvimos visitando pisos y casas en una multitud de zonas. Nos daba igual el barrio. Yo no le había mencionado el patio porque para él, el que habíamos tenido jamás había existido, nunca lo había pisado. En mi niñez, él vivía nuestro hogar durante el desayuno, la comida y la cena. En todas estas ocasiones estaba presente mi madre y su buen hacer culinario. El salón con la tele y su dormitorio eran sus territorios, donde él se sentía a sus anchas. Mi patio nunca existió en su vida. Era mi zona reservada, la que precisamente me protegía de su autoridad. Yo buscaba un patio, no una casa. Mi padre buscaba a mi madre, tampoco una casa. Su deterioro físico y mental le iba avasallando. No llegamos a conseguir nuestro hogar. Él acabó en una residencia, yo he alquilado una buhardilla, muy pequeña y con muchísima luz, pero aún continúo buscando mi patio.

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