24 noviembre 2011

Entre los sueños y la realidad

Me puedo imaginar a Pedro Almodóvar adolescente, mirando películas de John Huston, Billy Wilder, Bogart, Bacall, Marlene Dietrich, Greta Garbo, Cary Grant, Ingmar Bergman y Jean Paul Belmondo, Alain Delon, Paul Newman, Yves Montand, Rommy Schneider, Marlon Brando... entre una larga lista de personas de distintos países y  épocas que nos hacían creer que ser estrella de cine era otra dimensión de vida.  “Señora la mesa está puesta”. Dioses perfectos e inalcanzables. Y puedo visualizar al manchego, inevitablemente pueblerino entonces, pensando fascinado: “Yo quiero hacer cine, yo quiero contar historias, yo quiero trabajar con ellos”. Luego, por gajes y vicios generacionales me crucé con él muchas veces en las salas Rockola y Morasol. Era un gordito rechoncho y con un inoportuno pero personalísimo lunar, que ya hace tiempo ha desparecido, y la verdad, no le favorecía como el suyo a Cindy Crawford.  Almodóvar, creo que ya con Pepi, Luci, Bom rodada, aún tenía ramalazos de paleto, pero al mismo tiempo iba a su manera con aires más intelectuales. Eso sí, se rodeaba de una fauna variopinta -igual que lo hace ahora cuando asiste a un acto público- que hacía lo imposible por no pasar desapercibida y, salvo contadas excepciones como Alaska, Imanol Arias o Antonio Banderas, eran unos payasos insoportables sin consistencia que se han disuelto en el olvido, el tiempo lo demuestra todo. Él ya era un cineasta underground en una España en la que la mayoría de la gente no sabía “¡Qué e ezó!” .  Esto y mucho más, me viene a la cabeza cuando veo su foto junto a Karl Lagerfeld y Anna Wintour, entre otras celebrities, en el homenaje que le rindió el MoMa de Nueva York y la verdad es que me emociono por sus logros. Supongo que bastante menos de lo que se emocionará él que seguramente ya no recuerda que hubo una época en que las stars sólo existían en las revistas, eran intangibles y jamás de los jamases se quitaban mocos de la nariz con el dedo índice. Pedro Almodóvar, con una inteligencia y creatividad singulares y admirables, ya es una celebridad inalcanzable. Pero me da la impresión que apenas se inmuta cuando le dicen que es el Woody Allen español o todo Hollywood muere por trabajar. Almodóvar sabe que él y todos los demás, también se tiran pedos y tienen una vida terrenal igualita que el resto del los mortales que no aparecen ni en las pantallas ni en las revistas.  Si bien el director no ocultaba su satisfacción y alegría (se le nota en la foto), a esta altura habrá aprendido que los sueños, sueños son. Él los fabrica. Quizá que su madre hubiera podido estar a su lado, sí le hubiera supuesto un gran subidón: Su niño, el de los dos Oscar, cada vez más respetado. Lo cierto es que el tío se lo ha currado y mucho. Se topó con muchos perros del hortelano en su camino, pero él no se distrajo. Mariano Rajoy, salvando las distancias, también habrá tenido muchos sueños de niño. Lo reconozco, él es un político de pura raza que como Pedrito lleva trabajando en política toda su vida y, aunque yo no le voté, se merece un reconocimiento. Me pregunto cuántas veces habrá soñado don Marianito con eso tan imposible e intangible de llegar a residir en La Moncloa. Lo reconozco es un político de pura raza, como Pedrito lleva currando toda su vida y, aunque yo no le voté, se le merece. Sin embargo, cuando le vi en el balcón de la sede del PP de Génova en plena efervescencia festiva electoral, noté tristeza en su mirada y sentí pena por él.  Su sueño debía tratarse de llegar a ser presidente elegido por una mayoría loca de amor por él y, en otras circunstancias... mundiales. Ha llegado dónde quería, pero no del modo en que lo deseaba. Seguramente con la que se le viene encima, y dure lo que dude en el poder, le costará mucho volver a ganar otras elecciones. A lo que voy, entre los sueños y las realidades de Almodóvar, y los sueños y las realidades de Mariano Rajoy. La realidad se impone, en un caso por satisfacción, en el otro por la inoportunidad.

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